El origen del botijo se dibuja en paralelo al de las
civilizaciones que descubrieron la utilidad del barro cocido para
crear utensilios y herramientas. Para remontarse al nacimiento de este
recipiente hay que viajar mentalmente unos 5.500 años hasta Mesopotamia.
Aquí comenzó el desarrollo de las primeras técnicas y usos con barro cocido.
Han tenido que pasar miles de años para que los académicos
se fijaran en esta nevera natural para el agua y
estudiaran la fórmula por la cual si uno acerca a un botijo, lo agarra por el
asa y se lleva el pitorro a la boca, se puede disfrutar de un momento de
frescor natural que ya quisieran las pastas de dientes modernas.
En 1990 Gabriel Pinto y José Ignacio Zubizarreta,
profesores de la Escuela de Ingeniería Industrial de la Universidad Politécnica
de Madrid (UPM) se pararon a pensar y dibujaron sobre una pizarra la fórmula
que descubre el efecto refrescante del agua en el interior de un botijo. Tal
repercusión tuvo sus estudios que se publicaron en 1995 en un
artículo de la revista estadounidense Chemical Engineering
Education. Carlos Gámez (20 Minutos) |
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