Diccionario de insultos en Escucha y Valdeconejos
Los
aragoneses siempre hemos tenido fama de ser tenaces, constantes y obstinados,
eso sí, dicho de buenas maneras porque aquí nos diríamos cabezón o cabezudo al
que es tozudo, testarudo o terco. Peor era si te llamaban cabezaburro, cabezacuadrada
o cabezarrota. El que además de testarudo era un poco cateto
se conocía como cazurro y al poco
espabilado e inocente, canelo;
también chorlito. Al que estaba un poco loco se le tomaba por chalau, chifau o chabeta y se utilizaba la expresión estar como una chota. También se llamaba chota a la
mujer traviesa e inquieta; hablando de mujeres se decía charreta o cotorra a la
que no paraba de hablar y correcalles
a la amiga de callejear, camandulera
si, además, era liante y embustera; chafardera
a la chismosa y entrometida, cuestión que no era exclusiva de las mujeres
porque existían hombres metomentodo, se les conocía por cazeroleros o cazoleteros,
chismosos y cuchareteros. Pero la
peor consideración se la llevaba la que acusaban de calientacamas o calientabraguetas;
en el lado opuesto, en el género masculino, existía el chingador o fornicador que alardeaba de potencia sexual.
Condenau: malo, travieso, pícaro, o molesto, que inspira rechazo. |
Pero el
hombre tampoco salía mal parado a la hora de etiquetarle de cabronazo (sobran las palabras), aunque
no todos alcanzaran dicha categoría, por ejemplo, menos malo era el cachazas, alguien inútil y tranquilón,
dicho de otra manera cojonazos. Cagaleras se decía del que siempre iba
deprisa (cagaprisas) o al miedoso,
al que podía tachársele de cagazas o
caguetas que no era lo mismo que cagau, cagón, cobarde. Cagón se llamaba asimismo a uno que era pequeñajo, cagarruta e incluso codujo; si además de bajo era reconcho se le denominaba chaparrudo
y si era un tanto esmirriado
chirimillas o chiribillas. Y
puestos a meternos en el físico, chato
era el de nariz pequeña o la cara plana y cheposo
el cargado de espaldas; cara si
tenía mucha jeta y carabinagre si se
mostraba serio y arisco; carcamal al
viejo o anticuado y se era cucho si se
manejaba la izquierda. Alguno no manejaba ninguna de las dos manos, era un
auténtico calamidá, un chapuzero, un calzonazos si, además, ponía poca voluntad y empeño. Cuatrojos se decía al que llevaba
gafas. Si alguien no andaba bien de salud se decía que estaba cascau, a veces changau, palabrejo que se aplicaba a cualquier objeto que no
funcionaba. Carranca o carrancla normalmente se aplicaba a la
persona mayor con muchos achaques.
También había
hombres muy chafarderos, el charraire, hablador y parlanchín, todo
un capazero, que cuando se hacía
pesado se le decía cansau, lo que es
lo mismo que pelma, latoso y molesto. No solía caer nada bien el chaquetero, por simulador y adulador,
que no tenía problemas en cambiar de ideas o pensamientos. En cuanto al carácter,
podríamos distinguir al cantamañanas,
persona poco formal, parecido al comediante
y al cascarrabias, aquel que se enfadaba sin motivo y
solía estar irascible; tampoco era de fiar el comprometedor, provocador, incitador y burlón. Y, en cuanto a la
manera de ser, crío definía al
adulto poco serio e irresponsable y cuco
a uno demasiado listo, audaz y astuto.
Cuando los hombres volvían de la taberna del
tio Sanz solían ir un poco cargaus, chupaus
o chispos, que es decir lo mismo,
aunque chupau también se usaba para mentar al de pocas carnes. Cochino lo era quien iba sucio y sin
asearse. Curiosamente, chalanguero podía
referirse al descuidado en la conducta y el vestir, así como al presumido y
vanidoso, sin embargo no había duda con el carnuzo,
insulto genérico muy ofensivo y despectivo. Y para acabar, el palabro más largo
en esta lista de “insultos” era culodemalasiento,
el vecino que no duraba dos segundos en el mismo sitio o que cambiaba con
frecuencia de oficio u ocupación.
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