Campesinos y mineros... 28 febrero 2021
Antes de que la mina pagase lo suficiente al minero como para subsistir con holgura, los primeros trabajadores de las minas eran también campesinos, alternando ambas actividades. Ya, en 1826, el "Mercurio de España" cuenta que, en Escucha, los mineros trabajan temporalmente en la mina ya que, llegada la época de cosecha, se dedican prioritariamente a las tareas agrícolas. Así lo dice también Serafín Aldecoa en su libro "Minas y mineros de Escucha", citando al francés Jacques Valdour, que estuvo en esta zona, y acuña el término campesinos-mineros. Tampoco era inusual que en la época de la cosecha trabajadores de Escucha y pueblos de la comarca cogieran vacaciones en verano para dedicarse a su otra actividad, el campo. Uno de los testigos etnográficos que todavía quedan en Escucha de la actividad agraria son los fajinadores (faginadores o faginas, RAE) que servían para acopiar fajos a la espera de la trilla. Y, si en el campo el minero fue actor importante, la verdadera protagonista fue la mujer porque además de las tareas del hogar, del cuidado y educación de los hijos, eran los brazos necesarios e imprescindibles en las tareas agropecuarias.
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El fajinador de Leonardo Palomar junto a la era, a la salida del pueblo. |
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Fajinadores en la zona de las eras ubicada en las Honguericas. |
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Calendario de bolsillo: mujeres segando.
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La cosecha, óleo de Pieter Brueghel "el Viejo" de 1565
La
trilla siempre ha sido un momento mágico, era el momento se separar el grano de
la espiga, de obtener el preciado premio al trabajo de todo un año. Previamente
había tenido lugar la siembra y la siega que se hacía con la faz (hoz o
corbella), después llegaría la dalla, antes de la segadora mecánica o
gavilladora, y, hoy en día, ya solo vemos cosechadoras.
La
siega se iniciaba para San Juan y duraba hasta Santiago, según como viniera el
año; se empezaba con las cebadas, luego
venía el trigo, el centeno y la avena. Era una actividad familiar que requería
de muchas manos; también venían segadores de fuera para ayudar y ganaban poco
más que la cama y la manduca. A la hoz la acompañaba la zoqueta, un protector
de madera que se llevaba en la mano izquierda para recoger los tallos y evitar
cortes. En la indumentaria no faltaban las albarcas y el sombrero de paja; los
pantalones siempre llevaban el adorno de culeras o socorridos parches en las
rodillas. Una vez cortada la mies, se hacían pequeñas gavillas que mujeres y
chicos amontonaban en un fajo que amarraba el atador, utilizando un vencejo,
especie de cuerda hecha de morcacho (centeno), para acabar con un nudo ayudado
de un palo o garrotillo. El vencejo debía humedecerse para que fuese más
flexible y no se quebrara al retorcerlo. Los fajos se apilaban en forma piramidal
para evitar que se mojaran en el caso de lluvia y se quedaban en el campo hasta
que llegaba el momento del acarreo.
Sobre
las mulas y los machos se preparaba la carga que se llevaría hasta el fajinador
a la espera de la trilla. Cada carga era de siete fajos, tres en cada lado y
uno encima de la albarda, unidos con soga. Más tarde, el acarreo se haría en
carros, y siempre desde las primeras horas de la mañana para evitar que se
espolsara mucho en el traslado.
Y allí dormían los fajos en el fajinador
hasta que llegado el día, se cogían más de un centenar y se tendían en forma circular
sobre la era para formar la parva. Antes se había preparado el piso de la era,
normalmente formada de losas planas de piedra y hierba.
Tendidos los fajos, intentando que quedasen
huecos, no apelmazados, se ponía el trillo … |