“Cuentan,
que en las noches de San Juan, se escuchan sus gritos desesperados mientras,
azorado, recorre la ladera de saliente a
poniente, con el temor de que el día encienda sus primeros rayos. Sangran las
heridas y los rasguños que las breñas y zarzas quebrantan en carnes, piernas y brazos. Y es que el eremita vendió su alma al diablo cuando éste le
ayudo a rematar un traje que, como sastre, debía entregar a un ricohombre de la
localidad en una fecha señalada. La prenda se llegó a concluir, pero no pudo
cobrar la enorme cantidad pactada porque el desdichado había fallecido horas
antes a la entrega, no pudiendo llegar a estrenarla.
Para
deshacer el embrujo, el sastre debía de beber agua de siete fuentes en la noche
de San Juan: de la fuente del Barranco Carnero, del Regajo, de las Canaletas,
de la fuente San Juan, de la
Ortiga, de las Ontanillas y de la fuente del Perro. Pero la
maniobra se antoja ahora imposible ya que el diablo, utilizando sus artimañas
naturales, entorpece su tarea, abraza tobillos y muñecas con ramas y espinas,
le hace caer por los ribazos, aumenta el calor en las penumbras para que su
fatiga sea mayor y han llegado a decir que acorta la noche todo lo posible,
para que el empeño del alma en pena sea en vano.
El
resto del año vive encerrado en grietas y cárcavas esperando una nueva noche de
San Juan que no llega y, cuando lo hace, se repiten sus gimoteos. Los quejidos son
oídos y escuchados sin equívoco por los vecinos de las localidades próximas a
la sierra de San Justo, en sus desvelos.
Nadie
ha logrado ver nunca al ermitaño, pero lo cierto es que en la noche del día de
San Juan pueden verse entre los matorrales los jirones de su ropa despedazada,
se encuentran pedazos de los cordones de sus escarpines espaciados por las pendientes
y hasta pueden seguirse los rastros de las huellas de su sangre. Cuando
amanece, en los corrales del pueblo, se encuentran los animales alterados por
la noche de espanto que han intuido. Es normal que ese día no pongan las
gallinas, que pueda malparirse una coneja o que alguna oveja se vuelva modorra.
También
se dice que un año, después de dedicarse por entero al rezo y al recogimiento,
el santón salió con el fin de saciar su sed en siete amargos tragos y que
recorrió la noche con infinita capacidad de sufrimiento, sacrificio y silencio
pero, poco antes de llegar a la última de las fuentes, las primeras luces del
alba rasgaron sus ojos húmedos. A partir de entonces, el diablo, atemorizado,
fue secando, año tras año, las fuentes de la loma para evitar que el sastre
liberase su atadura.
Dicen
también, que ese mismo diablo ha tentado a muchos lugareños y a otros, con
riquezas, lujos y mujeres. Nadie ha querido porfiar su suerte y recuerdan lo
que pasó al modisto solitario. Sólo podría engañar a algún niño aprovechando su inocencia, pero en los chicos
el encantamiento no tiene efecto.” (Agustín Sanz Vituri) |
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