Relatos de Escucha...16 de julio de 2020
No es frecuente encontrar relatos de ficción en los que aparezca Escucha. En el blog "Miscelánea turolense" aparece el relato: Simplón presencia una corrida de toros republicana. http://miscelaneaturolense.blogspot.com/2014/06/junio2014miscelanea-simplon-presencia.html
SIMPLÓN (EL HIJO DEL CARBONERO),
RECUPERADO DE SUS QUEMADURAS CORPORALES, PRESENCIA UNA SINGULAR CORRIDA DE
TOROS EN ESCUCHA
Tumbado en un camastro de aquella nave
que se decía hospital, recordaba los tiempos en que estudiaba con desgana el
catecismo y hacía los mandados de su padre llevando carbón a la estufas de
aquella gélida ciudad cuyos crudos invierno tantos dineros habían hecho ganar a
su padre. Poco sabía Simplón que, en curando las heridas, sería él uno de los
que lo sacara de las entrañas de la tierra. Iba así, el zagal, forjando un
carácter templado y recio como la tierra que habitaba.
La cura de Simplón no progresaba y el médico
de Utrillas informó al Comité que lo mejor sería trasladarlo a Escucha. En
Escucha, pueblo anejo, tenía la titular un galeno socialista y republicano
llamado don Hernando. Don Hernando era un dios en el lugar y poseía unas dotes
magistrales para la oratoria y el mitin político. Tal era su fama, que los
comités republicanos de la contornada se lo rifaban para arengar al pueblo y
sacar adelante sus comunas. A cambio, a don Hernando le dejaban hacer y
deshacer en su negocio. Y desde luego, gracias a su posición privilegiada y con
dinero del común, se había hecho una lujosísima mansión completada con los más
sofisticados adelantos de la época. También tenía en los bajos de la casa una
clínica que atendía, mediante pago, a la gente pudiente de la zona,
particularmente facultativos mineros antes de la llegada del Comunismo
Libertario.
Trasladaron pues, a Simplón, a la
clínica de don Hernando, éste le dio tratamiento a base de unos barros que
elaboraba con agua de una fuente ambarina que manaba en San Just. Mezclaba esta
agua con tierras refractarias que había junto a la boca de la mina Se Verá.
Luego, con la pasta obtenida, untaba el cuerpo del joven. Lo alimentaba con
buenos tronchos de longaniza y buenas tajadas de jamón fruto de las requisas
que hacía el Comité. Con todo ello y gracias a la naturaleza fuerte del zagal,
por fin salió para adelante.
Nada más recuperarse de sus quemaduras,
el Comité revolucionario Local (CRL) lo puso a trabajar en la famosa mina Se
Verá, sin comunicar su restablecimiento al Comité de Utrillas. Había mucha
necesidad de mano de obra y todos los brazos eran pocos. La Cuenca Minera de
Utrillas era de especial importancia para la república y desde Barcelona se
pedían cada día más y más carbón para mover su industria y para los usos
habituales de calefacción y cocina.
Entró Simplón en la mina cubierto con
unos pobres harapos que, si al principio resultaban insuficientes para calentar
su escuálido cuerpo, luego que llegaban al tajo se le hacían prescindibles por
el calor y el aire irrespirable que allí se encontraba. Como era pequeño y
menudo lo pusieron a trabajar en primera línea, picando en el tajo desnudo y, a
menudo, tumbado o de rodillas. La jornada en aquel pozo infame se le hacía
eterna y el trabajo insufrible. Las galerías carecían de ventilación y el polvo
del lignito pronto empezaría a atacarle sus livianos. Carraspeaba y tenía la
garganta siempre irritada. Ni el agua del buyol aliviaba sus asperezas ni
su ronquera. La semana era agotadora y sólo se descansaba el domingo por la
tarde. No había jornal pues La Comuna proveía de todo los necesario. ¿De todo?
Aquel domingo por la tarde anunciaron
festejos taurinos y todos los trabajadores de la mina estaban obligados a ir.
Pues, además, hablarían destacados camaradas venidos desde Barcelona para
instruir sobre el futuro de la revolución anarcosindicalista y de la marcha de
la guerra.
Cuando la revolución llegó a Escucha
había en el pueblo un cura que apenas contaba con treinta y tres años. Fue
hecho prisionero de inmediato y encerrado en los calabozos de Comité
Revolucionario Local (CRL). Torturado y vejado constantemente se le instaba a
que gritara: ¡Viva el Comunismo!. Sin embargo, Artemio, solamente respondía con
un: ¡Viva Cristo Rey! Tal actitud enfurecía cada día, más y más, a los líderes
revolucionarios que no llegaban a doblegar la voluntad de hierro del curita.
Decidieron que debería servir de escarmiento para evitar que el rumbo de la
revolución se torciera. Así pues, el Comité acordó que ese domingo serviría de
lección y espectáculo público.
Estaba Simplón subido a un carro de los
que, formando círculo, habían conformado una especie de rústico ruedo taurino.
Los mineros, sus compañeros, estaban más atentos a la bota de vino y a las
mozas del lugar que a lo que pudiera suceder en la plaza, cuando llegó un
camión hasta la improvisada plaza y, de la caja del mismo, bajaron a patadas al
cura que iba vestido con sus propias sotanas y a dos prisioneros más. El
presidente del Comité Revolucionario Local le instó por megafonía y por tres
veces consecutivas a gritar: ¡VIVA EL COMUNISMO! El cura, hambriento,
demacrado, torturado y tembloroso, apenas con un hilillo de voz alcanzó a
decir: ¡VIVA CRISTO REY!
A continuación, una miliciana, con capa
pluvial al hombro y con un enorme pistolón al cinto se acerco al cura e hizo
ademán de torearlo: ¡eh, eh, eh, cura! Como el cura lógicamente no envestía,
ésta empezó a insultarlo y a enfadarse. Sacó finalmente la pistola y le disparo
en la cabeza con la misma actitud que cuando el torero va a matar. Artemio se
sintió morir, pero aún tuvo tiempo para perdona a la mujer. La miliciana le
disparó por segunda vez en la sien y Artemio dejó de respirar. Todos los
espectadores aplaudieron “la faena”. Unos por convicción y otros por miedo. La
miliciana, aún tuvo el valor de ir a visitar a la madre del cura: “Hemos matado
a tu hijo el cura”. Como la madre rompiera a llorara la miliciana terció: “No
llores o te mato a ti también, aquí mismo”.
Fue una tarde tremenda de negros
nubarrones y malos presagios. Aquella revolución que al principio le pareciera
a Simplón divertida y bulliciosa, se estaba volviendo macabra. Simplón a partir
de aquella tarde, aunque corto de luces, empezó a comprender que aquella era
una deriva sin sentido y a escondidas se apropió de un cuadernillo de notas de
la mina en el que fue apuntando los episodios más singulares que le sucedían o
que veía. En esta ocasión dejó anotada su versión, que difiere en algo de la
que aquí se describe y que dice así, tomado literalmente del cuaderno de
Simplón: "Una vez detenido, mosén XXXXX fue toreado con una capa
pluvial en la misma plaza del pueblo. Las milicias revolucionarias lo invitaron
a gritar: “¡Viva el comunismo!”. Pero mosén XXXXX gritó: “¡Viva Cristo Rey!”.
Estas fueron sus últimas palabras. Luego una miliciana disparó su pistola al
corazón del sacerdote, que cayó herido de muerte, pero todavía tuvo tiempo para
dar la absolución a dos jóvenes paisanos que fueron apresados y fusilados con
él".
Volvió a ponerse de manifiesto una de
los más firmes resortes identitarios del ser humano: la Libertad de
Pensamiento y la imposibilidad de llegar a modificar éste desde el
exterior a través del amedrentamiento o la tortura física y mental. Cuando el
torturador, sea del género que sea, ve la imposibilidad de modificar el
pensamiento del torturado o siente que en su fuero íntimo mantiene las mismas
posiciones se desespera y la única solución que encuentra es su eliminación
física pues, con la eliminación física, acaba también con cualquier posibilidad
de que el individuo mantenga criterio propio.
Han comprendido los ideólogos
revolucionarios que la mejor forma de crear mentes uniformes y acríticas es el
adoctrinamiento desde la infancia. Por ello, lo primero que suelen hacer es
copar el sistema educativo del país que quieren dominar. (Evitar la
pluralidad a toda costa: "una escuela de todos para todos."
Por primera vez Simplón tuvo iniciativa
propia y pronto comenzó a pensar en la forma de salir de aquella ratonera, de
aquel pueblo desquiciado y loco que lo iba a dejar con serias secuelas físicas
y psíquicas a edad tan temprana. Supo que por el lado de poniente, cerca de
Calamocha, estaba el frente y que no le sería difícil con su experiencia
atravesar las sierras y buscarse la vida en otro ambiente, ambiente que al
menos, le separase del maldito carbón.
Así pues, un anoche de luna llena, salió
del barracón en que dormía con apenas un saquillo de comida que había guardado
de la que les daban para comer en la mina e inició una marcha, nocturna y a
ciegas, sin saber muy bien la dirección que debería tomar.
*
***Sucedió, realmente, aunque en otro
pueblo de Aragón. Está documentado.
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